Las tardes de otoño cada vez eran más cortas y cuando el reloj de la plaza tocó la novena campanada apenas había mercaderes surcando las calles del burgo. Había llovido y varios niños huérfanos, que malvivían de lo que podían ganarse a base de pequeños hurtos en las tardes de mercado, lanzaban bolas de barro a un curioso condenado situado en un rincón de la plaza.
Encadenado a lo más alto de una pequeña torre, en un lateral de la plaza mayor, junto al ayuntamiento, un forastero desgreñado cantaba y tañía la viola. Custodiado por dos guardias, estaba obligado a tocar y cantar sin parar. Un vagabundo que pasaba por allí, explicó a los niños que ése era el castigo por el delito de blasfemia, y por escribir letras de canciones criticando a la nobleza y a los poderosos del burgo.
Comenzó a llover de nuevo, y los niños y el vagabundo se cobijaron bajo los soportales de la plaza. El músico reo seguía cantando, con una voz cada vez más lánguida y rota, acompasada por el murmullo de las gotas de agua salpicando los tejados.
Durante la Edad Media y hasta bien entrado el s. XVIII, había que tener cierto cuidado con la música que se tocaba y cantaba. Músicos callejeros, como los juglares, interpretaban poemas musicales, llamados “sirventés”, cuya temática era en ocasiones una crítica sobre temas políticos, sociales, o burlas respecto a algún noble o personaje eclesiástico.
Se conocen algunas biografías de estos “polémicos” músicos, que denunciaban las injusticias de la sociedad que les tocó vivir a través de canciones y música, recitando de plaza en plaza y de villa en villa, los males y problemas del mundo. Cercamón o Marcabrú, fueron dos de estos juglares. De condición humilde y de vidas itinerantes, viajaban de aquí para allá con sus polémicos y satíricos sirventés, composiciones ácidas, irónicas y críticas. En más de una ocasión tuvieron problemas con las autoridades, hasta el punto de perder la vida debido a las letras ofensivas de sus canciones.
Hacer “mala música” estaba penado por las autoridades del momento. “Mala música” significaba escribir textos y letras criticando o burlándose de los poderes públicos, de los reyes, de los nobles o del clero. Las penas podían variar según la gravedad de las palabras empleadas en las composiciones. Existían patíbulos, que consistían en una pequeña torre, donde el condenado estaba obligado a tocar música sin parar. Mientras permanecía allí, era objeto de todo tipo de burlas por parte del resto de ciudadanos: les tiraban coles podridas, les escupían, los insultaban y los humillaban. A veces, podían incluso sufrir amputaciones de orejas o manos, que eran clavadas en la torre, para que todo el mundo las viera.
Este tipo de castigos y vejaciones se extendieron por toda la Europa medieval. Incluso se extendió hasta los siglos XVII al XVIII: en Italia existió la Flauta del Alborotador, una especie de cepo que ataba al reo por el cuello y le apretaba las manos. Esta tortura era fundamentalmente una forma de exposición a la vergüenza pública y muy dolorosa.
Algunas veces, a los que trabajamos en la música nos preguntan “¿y te merece la pena?”. Mientras que no nos coloquen la Flauta del Alborotador, o no te corten una oreja o las manos…
Para Saber Más...
Marcabrú. Juglar francés del s.XII. De condición humilde, siempre componía sirventés satíricos, criticando la sociedad de su tiempo.
Cercamon. Juglar de la gascuña. Algunas biografías cuentan que le dieron muerte, pues "había hecho mucho mal con su música".
Sirventés. Poema musical desarrollado por juglares y trovadores durantes los ss. XII-XIII, caracterizado por textos satíricos.