El músico viajero medieval

“...laúd, vihuela, salterio, zanfona, pandero, cuerdas de repuesto, afinador, ropa de tocar, neceser, espuma de afeitar, maquillaje, lentillas. ¡Ah!  ¡El líquido de las lentillas!...” Corro a por él...    Y así, cada día anterior a un concierto, repasamos todo lo que necesitamos llevar de viaje: instrumentos, accesorios, ropa, dinero… Si en la actualidad, es inevitable estar un poco nervioso antes de emprender un viaje, ¿Cómo debió ser en la Edad Media? ¿Cómo planificaba su viaje un músico medieval?


En la Edad Media viajar era caro y peligroso. No todo el mundo podía permitírselo, ni todo el mundo tenía un especial interés por viajar. Los viajeros más comunes eran mercaderes, emigrantes, mensajeros, clérigos, militares, artesanos, juglares, estudiantes, vagabundos, mendigos… Viajaban en grupos, cargados con un abundante y pesado equipaje (llamado impedimenta): comida, herramientas, dinero, mercancías, medicamentos…


Si se viajaba por tierra, se usaban las viejas calzadas romanas. La mayoría viajaba a pie y descalzo, pues estos caminos destrozaban el calzado, muy caro en aquella época. Si se viajaba en barco, había rutas por mar y por los ríos.


Todas las rutas y caminos estaban llenas de peligros: tanto por río, como por mar, podías ser atacado por corsarios y vikingos. Los caminos interiores también estaban infestados de bandidos, que aprovechaban la espesura de los bosques para perpetrar asaltos y emboscadas.


Si por suerte, el viajero llegaba a su destino sin ser atracado o apresado por el camino, ni haber cogido una enfermedad ni epidemia, le quedaban nuevas complicaciones al llegar a la ciudad: pagar impuestos a la entrada; que su moneda tuviese valor en esa villa, que no lo estafasen con el cambio, que entendiera el idioma…


Visto lo visto, para un músico medieval, por ejemplo, un juglar que viajara a la ciudad para ofrecer su música, lo que menos le importaría sería tener cuerdas viejas en su instrumento, mientras pudiera ofrecer su actuación sano y de una pieza.


De modo que, tras estas reflexiones, no puedo más  que estar contento y entusiasmado cada vez que Sara y yo viajamos para ofrecer un concierto: viajando en coche, con aire acondicionado, a pocas horas de casa, con alojamientos maravillosos, el escenario listo para actuar y el público siempre encantador. ¿Qué más queremos?