Viernes 12 de junio. Pronto llegará el verano y con él comenzarán los ciclos de conciertos y festivales de música. Es una de mis épocas preferidas del año.
Son días que preparamos con ilusión: viajes, repertorios, historias.. y en los que conoces nuevos sitios, nuevas personas, compartes música y disfrutas de la luz de los días, el calor, los paisajes, las comidas…
¿Cómo sería la vida del músico medieval? ¿Qué sensaciones experimentaría? ¿Qué ilusiones o motivaciones le llevarían a tocar música? Seguramente, habría de todo y no se diferenciarían mucho de las actuales.
Sabemos por las fuentes y textos que nos han quedado, que existían perfiles diferentes de músicos durante la Edad Media.
Estaban los humildes juglares, que solían ser personajes aventureros que viajaban de aquí para allá contando historias al son de su música; o los trovadores, que normalmente eran de alta cuna o bien caballeros acomodados.Un buen ejemplo sería Alfonso X el sabio (rey trovador), Beatriz la condesa de Día o Jorge Manrique; incluso monjas o clérigos, como la sin par Hildegarda. O grandes estudiosos de la música como Ziryab o Avempace en Al-Andalus.
Al igual que ocurre en nuestros días, sabemos que vivieron músicos más interesados por el trabajo de la música en directo y otros por el saber teórico o de la composición. Nos han llegado
nombres y contratos muy interesantes: Sancho IV de Castilla contrató toda una agrupación de músicos andalusíes como Yusuf, Mohamed el del Añafil, Rexit el de la Axabeba. Alfonso de Aragón
solicitó al rey de Castilla que le enviara un músico que tocara la flauta y el salterio. Juan II contrató una familia de andalusíes músicos para que los entretuviera durante unos días, etc.
Lo normal era que si un rey pagaba bien, los juglares y trovadores cantasen canciones de alabanza de ese rey en otras cortes. Y así, en este sentido, el rey que escuchaba esas canciones de
alabanza sobre otros monarcas pediría que cantasen lo mismo de él, pagándoles más dinero aún.
Estos contratos ventajosos, no siempre podían ser disfrutados por todos los músicos. En ocasiones, algunos eran comprados como esclavos. Se conocen los nombres de varias cautivas que tocaban el
laúd y cantaban en los harenes privados de los califas y emires andalusíes.
También había que tener cierta cautela con las letras de las canciones. Existían severos castigos para los músicos que habían ofendido a personajes públicos o con cierto poder. Los castigos
podían ir desde el exilio, la reclusión en un torreón, o incluso desagradables amputaciones de orejas o incluso de las manos.
Uno de los casos más tenebrosos fue el que le sucedió al músico andalusí antes mencionado, Avempace, que murió al comer una berenjena que había sido envenenada. Un amargo final para uno de los músicos y científicos más representativos de la historia de Al-Andalus.
En fin. Las envidias son muy malas. Tengan cuidado con las letras que canten este verano y sobre todo, con el catering que les ofrezcan, jeje…