Cuando pensamos en la música medieval, es fácil, incluso lógico, que venga a nuestra mente la imagen de un trovador, de un juglar, o de unos monjes cantando rezos. Pero ¿la música sólo estaba reducida a estos ámbitos?
¿Sería el mundo medieval como una película de cine mudo, donde sólo destacaban el martillo del herrero, el rugir de los hornos de cerámica y otra suerte de sonidos productos del quehacer cotidiano, siendo la música una breve anécdota para unos pocos privilegiados?
Seguramente no. A poco que nos sumergimos en las miniaturas de los códices, o leemos crónicas de la época, descubrimos que, al igual que sucede actualmente, había música en cada día de las vidas de nuestros antepasados medievales. En la Sevilla de Almutamid, los enamorados se paseaban en barcas por el río, en las noches de verano, donde se cuenta que se escuchaban recitadores de poemas y laudistas por las riberas de Triana. En Córdoba, Ziryab tenía una escuela de canto y seguramente, los aprendices y aspirantes, tararearían por la calle, camino de sus clases. O incluso podemos imaginarnos a una madre cantándole una nana a su recién nacido, nanas que todavía se conservan en la tradición de la música sefardí, por ejemplo. Y por supuesto, imaginemos el taller de un constructor de instrumentos, que probaría sonidos, cuerdas, diseños, hasta conseguir un instrumento perfecto para hacer música.
El poder de la música, su magia, lo que nos hace sentir, es algo que viene de muy antiguo y es maravilloso imaginar esos momentos y tratar de reproducirlos y experimentarlos.
En este viaje en la búsqueda de los sonidos del medievo, hemos contacto con un luthier italiano. Se llama Francesco Gibellini. Es experto en construcción de organettos. El organetto es un órgano de tubos portátil, con un pequeño fuelle que lo suministra del aire necesario para sonar. Actualmente, nos está construyendo uno.
Seguramente, Francesco tiene mucha música en su cabeza, canturrea en el taller y con mimo y cuidado, irá afinando nota por nota el instrumento, sonidos que llenarán el taller y que se asomarán por la ventana. Sus vecinos y los transeúntes, oirán esas notas y las primeras melodías que salen del instrumento…
¿A que podemos imaginarnos esta misma estampa en el medievo?